Algunos delincuentes llamados eufemísticamente "empresarios" encontraron el punto débil de los peruanos: leer. Si no leemos casi nada o peor aún, no entendemos lo que leemos, ¿cómo vamos a entender que un producto no es leche cuando en la etiqueta dice "leche evaporada con maltodextrina en reemplazo de grasa vegetal"? Solo leemos "dibujitos", y como vemos una vaca, pasto y sol en un tarro, entonces es leche. ¿Por qué no podríamos pensar que esa lata contiene carne de res trozada? Otra cosa que te provee el leer es la interpelación, la duda, la curiosidad y principalmente la crítica. Leer sí te hace crecer.

Todos los días, en todo ámbito “formal” de nuestra existencia, somos estafados. Desde las instituciones públicas cuya normativa no se cumple o los servicios que brindan son paupérrimos (y terminamos muertos en la espera o indignados con el trato), hasta el ámbito privado, donde nos abusan y violentan con una crueldad patológica escalofriante: el transporte, las tiendas, los restaurantes, etcétera. En ambos casos sucede porque no conocemos nuestros derechos y deberes, lo cual nos ayudaría a desarrollarnos como país y construir ese puente que va de la democracia representativa (ir como zombis a votar para elegir a la crema y nata de la ignorancia y la corrupción en el Perú) hacia la democracia participativa (donde los ciudadanos se involucran en las decisiones políticas que marcan su destino). 

No leer nos pasa factura cotidianamente, solo que unos días los medios le prestan más atención que otros; cuando no pueden enlatar publicidad como si fueran noticias. ¡Qué mala leche!

(Artículo publicado en la columna República Kafkiana del Diario Correo de Chimbote el domingo 11 de junio del 2017) 

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