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El neoterrorismo fujimorista

Si el fujimorismo fue denominado “terrorismo de Estado” durante la época del padre, en el período de la hija cabe designarlo "neoterrorismo político”

Publicado: 2016-05-29

El fujimorismo y el senderismo tienen actualmente el mismo objetivo: liberar a sus cabecillas y reivindicar su pensamiento tan torpe como nocivo para el país (además, todo parece indicar que cuentan con la misma fuente de financiamiento: el narcotráfico). Hecho de brutalidades y malas lecturas, ambas praxis se decantan hacia los bordes de las patologías humanas. En todo ese registro, sin embargo, se han dado los procesos sociopolíticoculturales que han sostenido prácticas republicanas y democráticas de resistencia: Estado, división de poderes, democracia, descentralización, etcétera.

No obstante, la diferencia entre ambas prácticas malsanas se ha centrado en el sector de poder del cual hicieron uso. Mientras el fujimorismo actuó desde el Estado y lo público, el senderismo lo hizo desde la autoorganización y la clandestinidad. Ambos grupos terroristas robaron, secuestraron, asesinaron indiscriminada y selectivamente, y además establecieron una estructura mesiánica que convirtió a sus partidarios en fanáticos zombiescos y agresivos.

Si uno intentó, a través del crimen, imponer un sistema esquizoide, el otro lo logró. El fujimorismo redactó, después de instaurar su propia dictadura, una Constitución ad hoc mediante la cual vulneró los derechos humanos, sociales, políticos, económicos y culturales de todos los peruanos, los cuales hasta hoy, son causa de muchas de nuestras derrotas y miserias.

El arma actual del fujimorismo no es de orden material, sino inmaterial: mediante una multimillonaria logística, ha logrado colonizar ideológicamente zonas rurales en las que el Estado no existe, por un lado, y ha coincidido, por otro, con los trastornos urbanos contemporáneos (como el uso de la violencia ante la crisis o el privilegio de la empresa privada en detrimento de los derechos laborales), exacerbándolos, auspiciándolos, naturalizándolos.

Esta nueva forma de terrorismo, este neoterrorismo, es el que más nos alarma, pues ante casos irrefutables, pruebas fehacientes, delincuentes indiscutibles, etcétera, no hay forma de juzgar y condenar estos actos y personajes. Es escandaloso e indignante ver que para los poderes de facto, como los medios de comunicación o el empresariado por ejemplo, el fujimorismo sea “una fuerza política democrática”, cuando marchan entre sus filas quienes representan lo peor de la sociedad peruana: Martha Chávez, Luisa María Cuculiza, Alejandro Aguinaga, y más recientemente José Chlimper y Joaquín Ramírez; lo peor aquí y en cualquier parte del mundo.

Si el fujimorismo fue denominado “terrorismo de Estado” durante la época del padre, en el período de la hija cabe designarlo “neoterrorismo político”. Su quehacer lo realiza desde esa organización criminal llamada “Fuerza Popular”, creando una maquinaria electoral para copar puestos en el aparato estatal, y desde el Congreso de la República, donde elaboran leyes, por ejemplo, contra los derechos sexuales y reproductivos de los ciudadanos.

Cuán escandalosa será la impunidad en el Perú, que cuando los neosenderistas, bajo la ridícula careta de Movadef, se pronuncian a favor del criminal Abimael Guzmán, el Estado se exaspera y manda a abrir proceso judicial por delito de “apología al terrorismo”. Sin embargo, cuando se hacen campañas en nombre de su par terrorista, el criminal Alberto Fujimori, ¡nadie dice nada! Si algún peruano saliera a elogiar públicamente al “presidente Gonzalo”, se haría merecedor de imputación fiscal; pero si sale a ensalsar la dictadura de los 90 y decir que “el Chino derrotó al terrorismo y estabilizó la economía”, como lo hacen todo tipo de personajes diariamente, no es denunciado, sino alabado por sus “valores democráticos”. 

El fujimorismo no es una agrupación política, es una patología social, por lo tanto no es suficiente vencerlo en elecciones, sino definitivamente a través de políticas públicas en cultura y educación que nos permitan desarrollar una sensibilidad especial para recordar, reflexionar, condenar y proponer. Lo que está mal en el Perú somos los peruanos: nuestra forma de pensar, de sentir, de hacer. 

La inseguridad ciudadana y la corrupción, por citar dos tipos de cáncer, tienen el mismo origen: nuestros hábitos y costumbres. Es ahí donde la cultura y la educación tienen un rol trascendental para construir, como diría Gabriel García Márquez, “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

(¿Y PPK? Ah, sí, debemos votar por él; #FujimorisNuncaMás)

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Escrito por

César Alberto Sánchez Lucero

Lima, 1985. Escritor y gestor cultural, egresado del Programa de Gobernabilidad y Gerencia Política (PUPC), director de Cola de Lagartija.


Publicado en

República Kafkiana

Espacio dedicado a los absurdos reales que superan la ficción